Jorge Icaza, dramaturgo y
escritor ecuatoriano en la confección de, tal vez su obra más reconocida: Huasipungo (1934), urdió como en una
acuarela la radiografía de los males que desde esa época apretaban al Ecuador.
Huasipungo es una obra ficticia que es considerada como el
nacimiento del movimiento literario indigenista en el país. Con semejante
clasificación, es usual que la obra sea asignatura forzosa en las clases de
Literatura de todo colegio. Recuerdo haberla leído a mis tempranos 14 años. No.
Sería más adecuado decir que la padecí, página a página y hoja por hoja. Y sí
lo admito, para ser una novela corta la sufrí como un plato de comida con mucha
sal pero que necesitas acabar. El contenido de la denuncia de Icaza, necesita
un lector más curtido, más delirante y mucho más decepcionado del existir y
funcionar de la sociedad.
Un buen día, a mediados de agosto, tomé por afición de
acompañante de baño, releer las obras que me causaron más somnolencia en mi
adolescencia. Quería estar seguro de no haberme perdido algún saber o sentir
fundamental de la raquítica escena cultural local. Con este sonso experimento
en el que me embarqué, descubrí algo más allá del típico análisis socialistoide
en el que la mayoría de alumnos recaímos al momento de hacer un ensayo sobre la
novela de Icaza. Casi la mayoría del análisis de la obra de Icaza se funda en
el paso más evidente de las injusticias y escenarios que se describen: la
opresión del patrón blanco al inocente indio. El capital perverso sobre la
labor humana. La denigración del saber del indio y la supremacía impuesta del
entender del blanco.
Evité digerir el típico análisis y buscar la quinta pata al
gato. Ya tuve mi dosis de indignación a los 14 años, cosa que se aupaba más con
las rebeliones de las hormonas que se regaban en mi joven cuerpecito. Es así
que encontré a Jacinto.
Jacinto Quintana era el teniente político del pueblo. Mestizo,
de padre blanco y madre indígena. Personaje que rehuye de la herencia genética
de su madre. Rehuye ser el resultado de la mezcla, seguramente forzada del
padre blanco sobre la india manceba. Rehuye de cómo se siente, de lo que es y
naturalmente reprime su sangre indígena.
En la obra queda claro que a Quintana le faltan defectos y le
sobran oficios. Es el teniente político, cantinero y capataz; al mismo son es
autoritario, tozudo, mercurial, corrupto y maltrata a quien considere inferior
a él.
El teniente político Quintana es corrupto, no duda en virar la
vista cuando conviene a los intereses de los blancos que desea agraciar. El
cantinero Quintana es iracundo y mercurial, prepotente. El capataz Quintana es
tal vez el peor y el que más me interesó. Jaime Quintana en su mente, sabe que
es mezcla de sus padres, tanto blanco como indio. En su oficio de capataz se
encuentra más cercano a la sangre que repudia, al origen que desprecia, a la
gente a la que pertenece en una mitad de su existir: él está al mando de sus
semejantes. Es en este personaje que Quintana muestra crueldad, resentimiento y
se permite mediante el maltrato diferenciarse del indio. Lo aplasta, pulveriza
lo quiere destruir y muy dentro de sí cree purgarse de esa sangre tan suya que
destruye su propia identidad. El resultado es un Quintana de caparazón blanca y
en su núcleo odio, malestar y envidia. Un hipócrita con poder.
Quintana el día de hoy sería adherente a las filas de la
Revolución Ciudadana. Con su carné de color verdeflex, con su camisa zuleta
bordada y la sonrisa hipócrita. Sería notario "sorteado" del grupo de
beneficiados amigos de Jahlk o juez de primera instancia del grupo de
beneficiados amigos de Mera o de esos supervisores de otros servidores
públicos, de esos que con
una pizca minúscula porción de poder se encargan de ejercer el servicio público
a pesar del ciudadano y no para el ciudadano. Quintana estaría al pendiente de
cualquier error de un "compañerito" para poder acusarlo y poder dar
ese puesto a su compadrito. Quintana tendría una cuenta de ahorros cifrada en
un paraíso fiscal en donde deposita las tajadas generosas de los contratos a
los que les dio su visto bueno y al mismo tiempo tendría la sinvergüencería de
pedir transparencia de cuentas de funcionarios públicos. Quintana aplaude al
leer el Telégrafo, corea las frases de Rafael Correa de las sabatinas y revisa
religiosamente el blog www.frasesrafaelcorrea.com. Quintana es parte
del troll center de Joana Játiva o Amauri Chamorro y amenaza a la familia de
Clever Jiménez o a la Carlos Andrés Vera; en su tiempo libre lanza botes de
pintura en la casa de algún tuitero "opositor trucho" y al mismo
tiempo defiende la sagrada familia de Rafico y las lúcidas ideas de Anne
Dominique Correa Malherbe. En fin Quintana es el resumen de la militancia resentida,
de educación comunistoide que adolesce de filosofía y es atiborrada de politiquería, el
perfecto borrego mamador del dinero del erario público de mi país.